Llegué con las venas haciendo
eses y la cabeza bien sentá, y no había banda de música ni fuegos de artificio,
ni putas en los balcones. Llegué como llegan los piojosos y todos dieron
importancia a las apariencias y así vencí. Como Ulises, como Jesucristo. Llegué
y nadie me amó pero seguí llegando y todos huyeron. Los cortos de entendederas
intentaron la burla y los necios les siguieron. Y yo, amo de mi casa, los arrinconé y les recé encima.
Malditas horas que tallan la vida en forma de hoja muerta, de dique seco, de
interrogante abierto, de canción ajena y vómito de monja embarazada. Hoy llegué
y el diablo dio su concierto y todos aplaudimos en la ciudad muerta. En sus
calles de sal nuestros pies sangrantes nos hicieron gritar palabras
esqueléticas, y los perros comían peces disecados y bailaban a dos patas. Y
nadie se dio cuenta, nadie se dio cuenta de quién era yo, nadie lo supo, nadie
preguntó. Nadie.