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Una buena poesía. En centímetros

lunes, 24 de mayo de 2010

Asesino Mío

…Y entonces saca un cuchillo, reluciente y grande. Las gotas de lluvia empapan toda la ciudad, empapan hasta este apestoso callejón. Yo no las noto, sólo siento las ascuas de mi respiración y las heridas que sangran como queriendo expresar su opinión sobre el tema. El agua va matando el rojo volviéndolo rosa sobre mi cara. La noche se toma pequeños respiros por los focos de los coches que alumbran la escena. Dos sombras jadeantes frente a frente, abolladas y arañadas. El cuchillo vuelve a brillar y me lleva a otros sitios que nada tienen que ver con la sala de espera del infierno en la que me encuentro. Me recuerda a una sonrisa de muchacha, un tesoro en el fondo de un río.
Ahora esta unos pasos más cerca, yo lo sé y él sabe. Esta noche voy a morir. Ahora aparece la duda, ¿ataco yo o espero que embista para esquivarlo? Lo he visto millones de veces en las películas de la tele, por todas partes, si supiera quien de los dos es el malo todo sería más sencillo. Sin terminar mi monólogo interior (que falta de educación) veo como la sombra se abalanza sobre mí sin darme tiempo a reaccionar. Decididamente no sirvo para hombre de acción o quizá simplemente es que soy el malo de la película. Veo brillar una última vez la hoja de plata antes de desaparecer en mí y ya no me parece algo hermoso, la sonrisa de la niña tiene colmillos y es maliciosa. Noto frío, pero solo dura un segundo, el calor de la savia que se me escapa del cuerpo rápidamente caldea el arma que entra y sale de un servidor. En un acto de revolución agarro el pelo de mi asesino y le levanto la cabeza para increpar mi desacuerdo con el acto que está llevando a cabo. Justo entonces las luces de un coche vuelven a incendiar el callejón y puedo ver perfectamente un rostro extremadamente familiar. Esos ojos, esa boca, el pequeño lunar en la mejilla, las pequeñas arrugas (de expresión las llaman) alrededor de los párpados, un grano en el bigote y esa barba de 4 días. Todo estaba ahí esta mañana en el espejo de mi cuarto de baño, ¿Qué hace aquí? Voy notando como la vida va saliendo a borbotones de mi cuerpo mientras no puedo evitar pensar en la cara de gilipollas que debo de tener. Antes de perder todas las fuerzas recibo un beso en la boca de mi homicida… de mí, el mismo beso que he ensayado alguna vez delante del espejo, aunque este no es frío ni del todo desagradable. No puede ser, es estupido, jodidamente estupido. Sólo por eso, esto no debería haber ocurrido. Una vez en el suelo, vuelvo a sentir frío pero esta vez es diferente. Se extiende como plaga desde el interior hasta las capas más superficiales. Empiezo a dejar de sentir, de oír y todo se vuelve pesado y bello. Antes de cerrar los ojos puedo ver la cara de un hombre satisfecho con su trabajo, conozco muy bien esa expresión… la conocía.





Las gotas de lluvia resbalan por toda la extensión del cuchillo limpiando la sangre. Me quedo mirando el cuerpo hasta que noto que ya no queda nada en él, hasta que sé que es comida para gusanos. Tiene un semblante amable y me recuerda a algunas fotografías que me hicieron estando dormido. Parece no haber roto un plato en su puta vida. Cabrón.
Por fin lo he hecho, por fin he reunido el valor suficiente. Tú estás ahí, acabado y yo podré empezar de una vez por todas. Ya no jugaremos más al juego de todos. Ahora impongo las reglas yo. Se acabó la vida de hipoteca y esclavitud, se acabó el trabajar toda la vida en el mismo lugar sin ningún tipo de motivación. A la mierda con el sufrimiento para conseguir un móvil de última generación, un coche mejor, el último Mac. Ya no harás que me prostituya por un sueldo, poniendo buenas caras para mantener un buen nivel de vida. Que cojones de nivel de vida es ése en el que tienes que meterte la lengua en el culo y evitar pensar mas allá de cómo joder al compañero para poder aspirar a su puesto.

La lluvia no disipaba el olor basura y meados del callejón, pero en mi nariz todo olía a libertad. El lastre de mi vida había quedado tendido en aquel asfalto pringoso y yo acababa de convertirme en el hombre más feliz de la tierra.
Tiré el arma junto a mi cadáver sin preocuparme. Total las huellas eran las mismas que las del muerto. “Se ha suicidado de veinte puñaladas en el estómago”. Ja! Me meo.
Empapado de arriba abajo me dirigí hacia la avenida con un sentimiento de seguridad que sólo puede entender quien ha decidido que su vida no le gusta y ha hecho algo por cambiarla. Libre para hacer lo que quiera, liberado de mi cobarde inquilino. Ahora quizá pudiera ser escritor o tal vez no. Lo único importante era que por primera vez en muchos años me podría mirar al espejo sin apartar la mirada.
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